viernes, 14 de mayo de 2010

El Entorno de Mis Estudiantes















Ciudad Juárez, contemplando El Paso, TX



En ocasiones se resbalaba, y a duras penas podía levantarse, pues las fuertes ráfagas de vientos que llenaban de polvo sus oscuros ojillos le impedían ver con claridad. Terrones ocluían su nariz, y el ocre coloreaba su ya hirsuto cabello, que con trabajos había lavado en su breve baño, luego de recorrer docenas de metros con cubetas de agua semitransparente, de corrosivo aroma, pues su vivienda carecía siquiera, como miles en el área, de simples tomas de agua potable comunitaria. Su madre, abandonada por su pareja años atrás, hacía el mismo recorrido, pero salía de su casa a las 4h30 de la mañana para llegar dos horas después a la planta donde como obrera trabajaba. No había oportunidades, aunque haya quienes crean que es cosa de sólo salir y recogerlas en la mano, como gotas de ansiada lluvia tan deseadas por llegar en este cercano verano. Cosas veredes… otras creyeres.


El chico recogió sus cuadernos y corrió a la parada del autobús, llegando justo a tiempo para recibir un fuerte destello que de nuevo le nubló los ojos, y le refresco la memoria ―vaya paradoja― de que la temperatura alcanzaba ya 36°C en esa tarde a la mitad de una polvorienta y cálida primavera. Ya en su asiento del autobús, con una botella de agua refrescó su boca, limpió su cara y ojos, y se dispuso a releer su tarea de inglés. La escuela a la que asistía estaba a una hora y cuarenta minutos en esta ciudad donde la distancia se cuenta por lapsos, no por kilómetros. Unas cuantas monedas se sacudían en los bolsillos en cada bache que el vehículo pasaba, mas de pronto un brusco enfrenón y vociferantes gritos le hicieron despegar sus ojos del cuaderno. Su reloj de pulsera, obsequio de cumpleaños, desapareció en un santiamén con una hedionda mano que le tomó por sorpresa. Otros más también estaban sufriendo diversos ultrajes. No era la primera vez. Asustado más tarde llegó a su salón, con el uniforme sucio, los cuadernos maltratados, encontrándose con su compañera de banca, de seis meses de embarazo, que la semana anterior había sufrido también un asalto, pero a mano armada. El ambiente en el salón era cálido, las sonrisas de sus compañeros los cobijaron, un lonche le invitaron a la futura madre que ese día ni siquiera desayuno había llevado a su boca. Su madre había trabajado doble turno en la maquila y ella no pudo procurarse nada, pues nada en casa esa mañana hubo. Ya refrescados, ambos, como muchos otros, se dispusieron con el ánimo en alto, a iniciar sus clases del día, sabedores de que sus maestros entenderían el porqué de sus cuadernos sucios, de sus libros extraviados, de sus tareas por completar, y de sus sonrisas en las bocas…

Cuando alguien se siente seguro, confortable en un sitio, su ánimo se caldea, y se transmite. No se contagia, ya que no es enfermedad. Un ambiente confortable motiva y promueve al aprendizaje, tanto del aprendiz como del maestro. No hay duda que el entorno físico y emocional en Ciudad Juárez está brutalmente lejos del deseado, y llevará décadas, según muchos analistas, nacionales y extranjeros, de que el ambiente sea similar cuando menos al de hace dos lustros. La violencia, la tremenda escasez de empleo, el pésimo estado de los servicios municipales como agua potable, drenaje, alumbrado eléctrico, mobiliario urbano, señalización; la contaminación, el narcotráfico, los embarazos a temprana edad de los estudiantes, la inseguridad en los medios de transporte y en las calles, incluso frente a los edificios de la Presidencia Municipal y de la Procuraduría, no se diga en los hospitales; la ineptitud, ineficiencia y demagogia de los representantes y funcionarios de todos los niveles de gobierno; la carencia de planes efectivos a corto plazo para la población en general de esta ciudad y múltiples y diversos problemas más no crean un entorno propicio para que el estudiante desarrolle sus habilidades, especialmente en esta etapa de su vida.
Las repercusiones que en los jóvenes tiene tal entorno son francamente negativas y opuestas a su desarrollo individual y colectivo. Son evidentes. Y considero que la creación de un sitio adecuado para su desarrollo ha de iniciar dentro del aula misma. El único sitio propicio, en términos generales, incluso fuera de su hogar, es la escuela, y en la escuela, el aula.


UN AMBIENTE PROPICIATORIO PARA EL APRENDIZAJE

La creación de un ambiente propicio, adecuado, confortable para el aprendizaje lo provee, en mi opinión, y con base en las circunstancias mencionadas, el aula misma. El establecimiento de normas en las que el estudiante participe, el fomento del respeto y la tolerancia, la puntualidad, responsabilidad y cumplimiento de deberes escolares está por demás mencionarlo. La ética y los valores han de discutirse y ponerse en práctica. Mas especialmente el desarrollo de las competencias transversales son lo que dará verdadero valor al crecimiento del estudiante.
Si en nuestra aula promovemos, motivamos, propiciamos las mismas competencias que no sólo tenemos en nuestros programas de estudio, sino que nosotros mismos las hemos aprendido, desarrollado y ajustado a lo largo de nuestra carrera docente, la asignatura será como un dulce que el estudiante mismo prepare y se deleite al degustarlo. Los estudiantes que en sus cuadernos llevan la Normas de Clase de las que ya en ocasión anterior comenté, cada que los abren leen en ellas las siguientes competencias:
• Estructura ideas y argumentos de manera clara, coherente y sintética.
• Aprende de forma autónoma.
• Asume las consecuencias de sus comportamientos y decisiones.
• Trabaja en forma colaborativa.
• Utiliza las tecnologías de la información.
• Participa con responsabilidad.
• Asume una actitud constructiva
• Piensa crítica y reflexivamente.

Y están aprendiendo, como el suscrito, a seguirlas, día a día.
El entorno puede parecer negativo, nebuloso, mas en él hay que crear un oasis, un jardín donde el estudiante cultive su propio saber.

Este primer diagnóstico no podía haberse elaborado sin la valiosa y apreciada contribución que mis estudiantes, sus padres, mis colegas profesores y algunos funcionarios de administraciones escolares, estatales y municipales diversas, han tenido la paciencia y gentileza de transmitirme al conversar conmigo.

F Baíza

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