
La cercanía de la docencia, la ausencia del presente
que padre se pretende...
El maestro estaba absorto en el libro que sobre Morelos escribía. Su desempeño como diputado y escritor lo compartía como maestro. El grupo empezaba a desorientarse. En una ocasión, cuando el maestro dudó en qué ejercicio ponernos tuve el atrevimiento de sugerirle uno… lo cual no sólo fue aceptado sino que me pidió pasara al pizarrón, lo escribiese y explicase a mis compañeros. Completé las semanas del curso como maestro de mi propio grupo. Estudiaba yo el tercer año en una escuela secundaria de la Ciudad de México. Era la clase de inglés, y gozaba de una beca que mi padre consiguió para que estudiara esa lengua en el Instituto Anglo-Mexicano de Cultura.
Mi inquietud y aparente vocación se vio reforzada cuando mi padre me dijo: Fernando, puedes estudiar y hacer lo que gustes, mas tienes que prepararte mucho y preguntar más a quienes sepan cuando no conozcas el tema. Pero lo más importante es que compartas con los que se acerquen a ti lo que aprendas, pues tu madre y yo nos esforzamos mucho para que tus hermanos y tú asistan a la escuela y cumplan con ella. Coyuntura tal pocas veces se ha repetido. Mi incipiente vocación de servicio no estaba aún ligada a la docencia.
En la escuela preparatoria ahondé mis conocimientos en diversas materias, y aunque dudé en estudiar psicología o arquitectura, finalmente me desarrollé en la segunda. Y nunca me he arrepentido. Sin embargo, tuve la oportunidad de estudiar simultáneamente con mi carrera otras materias en diversas escuelas y facultades de la Universidad de México, aparentemente tan disímbolas como ciencias, psicología, ingeniería, administración, filosofía y sociología, así como en el Centro de Lenguas. El panorama del conocimiento se presentaba vasto ante mis ojos.
Recién había yo iniciado mi carrera de arquitecto cuando tuve el privilegio de ser invitado como profesor en unas materias de mi carrera. Mas debo comentar que mayor privilegio fue el poder aún contar con profesores de enorme experiencia y sapiencia, no sólo como docentes, sino como diseñadores, constructores, autores y conferencistas. Pero especialmente como seres humanos. Tal responsabilidad, nueva para mí, me llevó a estudiar en el entonces recién inaugurado Centro de Didáctica de la UNAM, y a visitas frecuentes a clases de pedagogía. Desde luego, mi carrera, que estaba planeada para concluirse en cinco años, la terminé en nueve. Todos muy provechosos. Continué por cinco años como profesor en la entonces escuela Nacional de Arquitectura, hoy Facultad, y lo he seguido siendo en diversas universidades privadas de este país y en un par de escuelas del extranjero. Mi preparación ha sido constante, mas nunca he dejado, ni dejaré, el ejercicio de mi profesión como arquitecto.
Mi primer contacto con adolescentes en el aula fue hace una década, con un grupo de estudiantes hipoacúsicos, con capacidad auditiva nula o sumamente disminuida y por ende oral. Comúnmente llamados sordomudos, estas personas tienen su propia manera de comunicarse y ellos mismos se excluyen del grupo de discapacitados, minusválidos o de capacidades diferentes. Mis doce estudiantes fueron modelo en la clase: puntuales, ordenados, responsables, activos y muy alegres. Uno de mis estudiantes viajaba más de dos y media horas para llegar a las 7h30 a la clase… que empezaba a las 8h00. Esto me recuerda a un estudiante de una universidad privada que vivía en la misma manzana del campus, y nunca llegó puntual a la clase de 7h00. Recuerdo gustosamente una anécdota: en una de mis primeras clases, para llamar la atención palmeo dos veces (lo sigo haciendo) y los estudiantes suspenden actividades y voltean a verme y escucharme, mas en esa ocasión palmeé y palmeé y nadie volteó. El extraño era yo. Esta clase fue particularmente interesante pues impartí técnicas de preparación de alimentos y el cuidado que hay que tener es grande, pues no escuchan si algo cae al piso o alguna olla está en ebullición. Aquí aprendí a modelar. La especialidad que en gastronomía tengo, como simple gusto personal, me lleva también a la docencia en esta disciplina, mas el modelar a los estudiantes es algo que considero valioso y necesario en cualquier disciplina. Especialmente en el diseño arquitectónico.
Durante muchos años he impartido esta cátedra, diseño arquitectónico, en muy diversos sitios, junto con teoría e historia de la arquitectura, así como cálculo y construcción. Y en el diseño se requiere modelar. De manera que me sigue sorprendiendo cuando a algunos colegas sus estudiantes les piden muestras de su trabajo como arquitectos y nunca las presentan. Y el modelar ―considerándolo como el hacer o simular hacer algo, o representarlo― es sumamente útil en las clases de lengua inglesa que ahora imparto a estudiantes adolescentes. El pedir, solicitar u ordenar algo muchas veces va aparejado con el saber hacerlo, en ocasiones literalmente con las mismas manos, como en el caso del escultor o pianista, o también el del maestro albañil o del chef de cuisine, como elegantemente también se les dice ―o se nos dice― a algunos cocineros. Y el saber hacerlo implica saber cómo hacerlo, no simplemente pedirlo, sino ejecutarlo. Conclusiones bienvenidas para algunos cursos por correspondencia, ahora con el nombre de modalidad en línea o a distancia, como los de piloto aviador o astronauta. ¿Hay correspondencia en estos cursos, en el sentido de reciprocidad? ¿Y qué hay de los cursos de pedagogía? Mientras, en principio, no haya un contexto con praxis inherente o implícita difícilmente habrá un resultado positivo o favorable a la docencia, al ámbito de la enseñanza aprendizaje, aún en el caso de la investigación.
Cuando el profesor modela los estudiantes lo imitan, y en la enseñanza de una lengua la gesticulación y la mímica son complementarias. La lengua inglesa debe enseñarse en nuestro país, aún en la frontera norte, como segunda lengua. La inmersión total ―swim or sink, nadas o te hundes―, como en las escuelas de California, Estados Unidos, no funciona, menos en la EMS. Y esta segunda lengua se aprende mejor y con más facilidad cuando el estudiante va construyendo apoyándose en los elementos de la estructura de su lengua nativa que sean similares a la segunda. Scaffolding -poniendo anadamiajes-, es como se llama en inglés a tal estrategia. Mas cuando el estudiante no conoce del todo su propia lengua, y cuando los profesores y administradores permiten que les llamen profes, lics y otros absurdos malsonantes, o cuando se dirigen a los estudiantes con frases como qué onda traen ‘ora chavos, si no se ponen a chambiar ‘orita… y otras barbaridades ―no referentes a los pueblos que invadieron los dominios romanos, sino a aquellos cuyo balbuceo al hablar los griegos lo consideraban como faltos de preparación, de educación― con incertidumbre camina. Y un maestro que así se dirige a sus estudiantes carece de preparación.
El poner andamiajes facilita al estudiante construir sobre su aprendizaje anterior, mas si tal aprendizaje, en el caso de la lengua, contiene frases coma las anteriores, es de pensarse que no habrá obra sólida. Ya lo imagino en construcción.
De scaffolding aprenderemos cuando estudiemos a Vygotsky, así como sobre la Zona de Desarrollo Próxima ―que los contumaces se empeñan en traducir como zona de próximo desarrollo― que ya comenté en mi texto Implicaciones Formativas, tarea de la semana 2 del Curso Propedéutico.
La lengua inglesa, especialmente la inglesa-norteamericana, o como sencillamente se llama también inglés americano, es la que se encuentra abundantemente, oral, escrita, cantada o en películas, en este país. Ya sea en el ámbito laboral, educativo, industrial, artístico, político o de los medios de comunicación, el inglés americano está presente. Principalmente por la cercanía ―envidiable para unos países, riesgosa para otros― con los Estados Unidos. Y es ese inglés americano el que principalmente se utiliza en las escuelas profesionales y universidades, en las empresas transnacionales, y en muchos sitios donde el egresado trabajará. Y se usa en la industria maquiladora de la frontera norte de este país. ¿Por qué entonces los libros de texto que el Conalep indica en su Referencia Documental Básica, que no es otra cosa que bibliografía, un libro de inglés británico en lugar de uno de inglés americano? La educación provee instrumentos y herramientas para facilitar el desarrollo de sus educandos, no para dificultárselo. El inglés británico puede seducir a un tecnócrata como un poema en francés o una canción en italiano a una dama. Mas no a un educador, especialmente en el caso de la lengua inglesa, principalmente por la vecindad con el país del norte. Si nuestros educandos estuvieran estudiando ciencias políticas y diplomáticas, capacitándose para el servicio exterior y trabajar como agregados o cónsules en Gran Bretaña, la perspectiva sería otra.
Y es precisamente una amplia perspectiva la que una educación multidisciplinaria provee. Peter Drucker, llamado por unos creador de la administración moderna, decía que hay que saber mucho de poco y poco de mucho. Ser especialista en algo y tener una amplia cultura general. Mas no es precisamente una educación multidisciplinaria la que proveemos a nuestros estudiantes del nivel medio superior.
Las diversas clases, cursos, cátedras y conferencias que he tenido oportunidad de impartir se han relacionado con arte, diseño arquitectónico, construcción y desarrollo de mercados, aunque también de gastronomía, principalmente. Nunca antes con la lengua inglesa. Tampoco con adolescentes, salvo el caso que más arriba narré. Y una invitación no se rechaza, menos cuando es relativa a la educación. Cumpliré en breve un año en este sistema, y francamente sólo veo una simple diferencia entre el estudiante adolescente y el estudiante adulto joven de licenciatura o maestría. La diferencia es la falta de interés en aprender. Eso es todo. Mas la diferencia es abismal, y tiene hondos orígenes y profundas causas, que le muestran un futuro incierto. La falta de interés se desprende, entre otros aspectos, de un desconocimiento de sí mismo, de falta de carácter ―no de temperamento―, de ausencia de valores, de vagos, dispersos y distorsionados conocimientos del mundo que le rodea. Hay más, desde luego, pero estos que menciono son, en mi opinión, sustanciales. Lejos, brutalmente lejos de aquél deseo vehemente de aprender que Juárez manifestaba. Frase rotunda, enhiesta, poderosa y admirable, como el maestro Juan María Alponte lo señala. Si a los estudiantes se les enseña a aprender a leer, no a leer para aprender, y si los estudiantes carecen de un interés por aprender, parece que las perspectivas no son nada prometedoras. Aunque algunos arguyan lo contrario. Y sin embargo, aún en un contexto similar, como el de Benito y Porfirio (Díaz, desde luego) los resultados son tremendamente diferentes. Pero parece que a Juárez sólo lo usan con demagogia.
Ser docente en la EMS está siendo para mí una oportunidad de seguir compartiendo el aprendizaje que he tenido, las experiencias que he adquirido, y el poder servir en un punto importante en la educación del adolescente. Y mi satisfacción es a diario. Enseño y comparto lo que se, y espero que los demás hagan lo mismo. Lo que no se, lo que desconozco o conozco a medias ―que es lo mismo― no puedo ni quiero enseñar. Y menos engañar.
F Baíza
Mi inquietud y aparente vocación se vio reforzada cuando mi padre me dijo: Fernando, puedes estudiar y hacer lo que gustes, mas tienes que prepararte mucho y preguntar más a quienes sepan cuando no conozcas el tema. Pero lo más importante es que compartas con los que se acerquen a ti lo que aprendas, pues tu madre y yo nos esforzamos mucho para que tus hermanos y tú asistan a la escuela y cumplan con ella. Coyuntura tal pocas veces se ha repetido. Mi incipiente vocación de servicio no estaba aún ligada a la docencia.
En la escuela preparatoria ahondé mis conocimientos en diversas materias, y aunque dudé en estudiar psicología o arquitectura, finalmente me desarrollé en la segunda. Y nunca me he arrepentido. Sin embargo, tuve la oportunidad de estudiar simultáneamente con mi carrera otras materias en diversas escuelas y facultades de la Universidad de México, aparentemente tan disímbolas como ciencias, psicología, ingeniería, administración, filosofía y sociología, así como en el Centro de Lenguas. El panorama del conocimiento se presentaba vasto ante mis ojos.
Recién había yo iniciado mi carrera de arquitecto cuando tuve el privilegio de ser invitado como profesor en unas materias de mi carrera. Mas debo comentar que mayor privilegio fue el poder aún contar con profesores de enorme experiencia y sapiencia, no sólo como docentes, sino como diseñadores, constructores, autores y conferencistas. Pero especialmente como seres humanos. Tal responsabilidad, nueva para mí, me llevó a estudiar en el entonces recién inaugurado Centro de Didáctica de la UNAM, y a visitas frecuentes a clases de pedagogía. Desde luego, mi carrera, que estaba planeada para concluirse en cinco años, la terminé en nueve. Todos muy provechosos. Continué por cinco años como profesor en la entonces escuela Nacional de Arquitectura, hoy Facultad, y lo he seguido siendo en diversas universidades privadas de este país y en un par de escuelas del extranjero. Mi preparación ha sido constante, mas nunca he dejado, ni dejaré, el ejercicio de mi profesión como arquitecto.
Mi primer contacto con adolescentes en el aula fue hace una década, con un grupo de estudiantes hipoacúsicos, con capacidad auditiva nula o sumamente disminuida y por ende oral. Comúnmente llamados sordomudos, estas personas tienen su propia manera de comunicarse y ellos mismos se excluyen del grupo de discapacitados, minusválidos o de capacidades diferentes. Mis doce estudiantes fueron modelo en la clase: puntuales, ordenados, responsables, activos y muy alegres. Uno de mis estudiantes viajaba más de dos y media horas para llegar a las 7h30 a la clase… que empezaba a las 8h00. Esto me recuerda a un estudiante de una universidad privada que vivía en la misma manzana del campus, y nunca llegó puntual a la clase de 7h00. Recuerdo gustosamente una anécdota: en una de mis primeras clases, para llamar la atención palmeo dos veces (lo sigo haciendo) y los estudiantes suspenden actividades y voltean a verme y escucharme, mas en esa ocasión palmeé y palmeé y nadie volteó. El extraño era yo. Esta clase fue particularmente interesante pues impartí técnicas de preparación de alimentos y el cuidado que hay que tener es grande, pues no escuchan si algo cae al piso o alguna olla está en ebullición. Aquí aprendí a modelar. La especialidad que en gastronomía tengo, como simple gusto personal, me lleva también a la docencia en esta disciplina, mas el modelar a los estudiantes es algo que considero valioso y necesario en cualquier disciplina. Especialmente en el diseño arquitectónico.
Durante muchos años he impartido esta cátedra, diseño arquitectónico, en muy diversos sitios, junto con teoría e historia de la arquitectura, así como cálculo y construcción. Y en el diseño se requiere modelar. De manera que me sigue sorprendiendo cuando a algunos colegas sus estudiantes les piden muestras de su trabajo como arquitectos y nunca las presentan. Y el modelar ―considerándolo como el hacer o simular hacer algo, o representarlo― es sumamente útil en las clases de lengua inglesa que ahora imparto a estudiantes adolescentes. El pedir, solicitar u ordenar algo muchas veces va aparejado con el saber hacerlo, en ocasiones literalmente con las mismas manos, como en el caso del escultor o pianista, o también el del maestro albañil o del chef de cuisine, como elegantemente también se les dice ―o se nos dice― a algunos cocineros. Y el saber hacerlo implica saber cómo hacerlo, no simplemente pedirlo, sino ejecutarlo. Conclusiones bienvenidas para algunos cursos por correspondencia, ahora con el nombre de modalidad en línea o a distancia, como los de piloto aviador o astronauta. ¿Hay correspondencia en estos cursos, en el sentido de reciprocidad? ¿Y qué hay de los cursos de pedagogía? Mientras, en principio, no haya un contexto con praxis inherente o implícita difícilmente habrá un resultado positivo o favorable a la docencia, al ámbito de la enseñanza aprendizaje, aún en el caso de la investigación.
Cuando el profesor modela los estudiantes lo imitan, y en la enseñanza de una lengua la gesticulación y la mímica son complementarias. La lengua inglesa debe enseñarse en nuestro país, aún en la frontera norte, como segunda lengua. La inmersión total ―swim or sink, nadas o te hundes―, como en las escuelas de California, Estados Unidos, no funciona, menos en la EMS. Y esta segunda lengua se aprende mejor y con más facilidad cuando el estudiante va construyendo apoyándose en los elementos de la estructura de su lengua nativa que sean similares a la segunda. Scaffolding -poniendo anadamiajes-, es como se llama en inglés a tal estrategia. Mas cuando el estudiante no conoce del todo su propia lengua, y cuando los profesores y administradores permiten que les llamen profes, lics y otros absurdos malsonantes, o cuando se dirigen a los estudiantes con frases como qué onda traen ‘ora chavos, si no se ponen a chambiar ‘orita… y otras barbaridades ―no referentes a los pueblos que invadieron los dominios romanos, sino a aquellos cuyo balbuceo al hablar los griegos lo consideraban como faltos de preparación, de educación― con incertidumbre camina. Y un maestro que así se dirige a sus estudiantes carece de preparación.
El poner andamiajes facilita al estudiante construir sobre su aprendizaje anterior, mas si tal aprendizaje, en el caso de la lengua, contiene frases coma las anteriores, es de pensarse que no habrá obra sólida. Ya lo imagino en construcción.
De scaffolding aprenderemos cuando estudiemos a Vygotsky, así como sobre la Zona de Desarrollo Próxima ―que los contumaces se empeñan en traducir como zona de próximo desarrollo― que ya comenté en mi texto Implicaciones Formativas, tarea de la semana 2 del Curso Propedéutico.
La lengua inglesa, especialmente la inglesa-norteamericana, o como sencillamente se llama también inglés americano, es la que se encuentra abundantemente, oral, escrita, cantada o en películas, en este país. Ya sea en el ámbito laboral, educativo, industrial, artístico, político o de los medios de comunicación, el inglés americano está presente. Principalmente por la cercanía ―envidiable para unos países, riesgosa para otros― con los Estados Unidos. Y es ese inglés americano el que principalmente se utiliza en las escuelas profesionales y universidades, en las empresas transnacionales, y en muchos sitios donde el egresado trabajará. Y se usa en la industria maquiladora de la frontera norte de este país. ¿Por qué entonces los libros de texto que el Conalep indica en su Referencia Documental Básica, que no es otra cosa que bibliografía, un libro de inglés británico en lugar de uno de inglés americano? La educación provee instrumentos y herramientas para facilitar el desarrollo de sus educandos, no para dificultárselo. El inglés británico puede seducir a un tecnócrata como un poema en francés o una canción en italiano a una dama. Mas no a un educador, especialmente en el caso de la lengua inglesa, principalmente por la vecindad con el país del norte. Si nuestros educandos estuvieran estudiando ciencias políticas y diplomáticas, capacitándose para el servicio exterior y trabajar como agregados o cónsules en Gran Bretaña, la perspectiva sería otra.
Y es precisamente una amplia perspectiva la que una educación multidisciplinaria provee. Peter Drucker, llamado por unos creador de la administración moderna, decía que hay que saber mucho de poco y poco de mucho. Ser especialista en algo y tener una amplia cultura general. Mas no es precisamente una educación multidisciplinaria la que proveemos a nuestros estudiantes del nivel medio superior.
Las diversas clases, cursos, cátedras y conferencias que he tenido oportunidad de impartir se han relacionado con arte, diseño arquitectónico, construcción y desarrollo de mercados, aunque también de gastronomía, principalmente. Nunca antes con la lengua inglesa. Tampoco con adolescentes, salvo el caso que más arriba narré. Y una invitación no se rechaza, menos cuando es relativa a la educación. Cumpliré en breve un año en este sistema, y francamente sólo veo una simple diferencia entre el estudiante adolescente y el estudiante adulto joven de licenciatura o maestría. La diferencia es la falta de interés en aprender. Eso es todo. Mas la diferencia es abismal, y tiene hondos orígenes y profundas causas, que le muestran un futuro incierto. La falta de interés se desprende, entre otros aspectos, de un desconocimiento de sí mismo, de falta de carácter ―no de temperamento―, de ausencia de valores, de vagos, dispersos y distorsionados conocimientos del mundo que le rodea. Hay más, desde luego, pero estos que menciono son, en mi opinión, sustanciales. Lejos, brutalmente lejos de aquél deseo vehemente de aprender que Juárez manifestaba. Frase rotunda, enhiesta, poderosa y admirable, como el maestro Juan María Alponte lo señala. Si a los estudiantes se les enseña a aprender a leer, no a leer para aprender, y si los estudiantes carecen de un interés por aprender, parece que las perspectivas no son nada prometedoras. Aunque algunos arguyan lo contrario. Y sin embargo, aún en un contexto similar, como el de Benito y Porfirio (Díaz, desde luego) los resultados son tremendamente diferentes. Pero parece que a Juárez sólo lo usan con demagogia.
Ser docente en la EMS está siendo para mí una oportunidad de seguir compartiendo el aprendizaje que he tenido, las experiencias que he adquirido, y el poder servir en un punto importante en la educación del adolescente. Y mi satisfacción es a diario. Enseño y comparto lo que se, y espero que los demás hagan lo mismo. Lo que no se, lo que desconozco o conozco a medias ―que es lo mismo― no puedo ni quiero enseñar. Y menos engañar.
F Baíza
No hay comentarios:
Publicar un comentario